Lo primero que llama la atención de esta casa son los tejaroces con que se cubren los cierros, labrados en piedra hacia 1.773 imitando un ondulado faldón de tejas, recordando en algo, quizá por la cornisa sinuosa que sustenta a cada uno, al agua resbalando por una pequeña cascada. Luego vienen otras sorpresas: la poderosa cornisa en la que se apoya el alero y el entablamento que divide a lo lago en dos la fachada, que le traen a la memoria algún recuerdo florentino; la planta baja con sus tres huecos, dos flanqueados por semicolumnas y el otro, el de la derecha, como si fuera de una época distinta, por pilastras; y todas las basas sobre pedestales, lisos como los fustes con sus capiteles dóricos; y por encima del arquitrabe, del friso y de la cornisa ondulante, el relieve de los pináculos adosados al muro, también diferentes según se apoyen en un fuste de sección rectangular o semicircular.
Particular. No se visita